Comentario
Las fórmulas cancillerescas del Alto Medievo utilizan una gran variedad de términos a la hora de hablar del estatus personal del individuo. Los poderes públicos, sin embargo, insistieron en que no había más que dos categorías de hombres: los libres (ingenui) y los no libres (servi, ancillae, mancipia...). Las proporciones entre ambas categorías varían según las regiones y los momentos aunque para el conjunto del Occidente podamos reconocer ciertas tendencias comunes que conviene analizar.
Bajo el término ingenui se ocultan individuos de muy diverso nivel económico y reconocimiento social: los miembros de aquellas familias (aristocráticas o no) relacionados por los lazos de fidelidad vasallática, pequeños propietarios alodiales, comunidades campesinas comprometidas en procesos de colonización de nuevas tierras, o campesinos que cultivan un manso ingenuil inmerso en una superior estructura dominical. Todos ellos tienen unos derechos y unas obligaciones comunes: respeto a su estatuto de libertad, servicio judicial y juramento de fidelidad al monarca.
Bajo el término servus se oculta el esclavo o sería mejor decir, el heredero de la esclavitud antigua que, con algunas variaciones, se prolonga hasta fines de los tiempos carolingios. Hasta la mutación del año Mil, el Occidente mantuvo una alta proporción de mano de obra esclava e incluso se convirtió en exportadora de esclavos capturados en los confines eslavos. Núcleos como Ratisbona, Verdún, Arlés, Pavía, etc., fueron importantes mercados de hombres.
La documentación de la época nos habla de distintas categorías de servi. P. Toubert ha reconocido, para el Lacio y la Sabina a: servi residentes asentados en tenencias campesinas; servi manuales adscritos a la reserva señorial; ministeriales afectos a ciertos sectores de la producción o la gestión económica dominical; y servi familiares identificables con los esclavos domésticos. En otras partes de Europa se encuentran categorías similares. Y se percibe también una tendencia: el esclavo del Alto Medievo va a diferenciarse sensiblemente del de la Roma clásica. No sólo porque la Iglesia le haya elevado a la dignidad de persona humana. También porque la vieja cabaña humana (la esclavitud-cuartel definida por Max Weber) deriva hacia nuevas formas: el servus puesto en condiciones de proveer su alimentación y contribuir con su esfuerzo a mantener al señor. Todo ello se lograba mediante el asentamiento del servus y su familia en un manso servil. Los servi residentes o servi casati tienden, así, a diferenciarse de los manuales o de los familiares y a parecerse cada vez más a aquellos ingenui también asentados en el gran dominio. Lo que acabará contando no será tanto la condición jurídica original de la familia sino el vínculo de dependencia personal que tiene su contrapartida en la tierra que se ocupa.
Cabe, por todo ello, hablar de una cierta promoción de servi de distintas categorías. Así, junto al ascenso de los casati radicados en tenencias, ciertos ministeriales servidores y agentes de un señor (conde, obispo, abad...) pueden conseguir un cierto prestigio político y social. Miembros de familias de servi emancipadas -aunque estemos ante casos excepcionales- pueden llegar a ocupar incluso altos puestos: caso del arzobispo Ebon de Reims, hijo de un siervo real manumitido.
Pero cabe hablar también de un proceso inverso: la desaparición práctica de ciertas categorías sociojurídicas a mitad de camino entre la libertad y la servidumbre. Así, los laeti y los aldiones acaban convirtiéndose en simples curiosidades. Un capitular de Carlos el Calvo extiende a los coloni (originalmente ingenuos aunque coartados en su libertad de movimiento) las mismas obligaciones y penas que a los servi.
¿Simplificación de la escala social entre los no privilegiados mediante la dignificación de las capas más bajas y la degradación de las otras?
Es evidente que el gran propietario tenía sobrados medios para presionar sobre el campesinado, libre o no. Las circunstancias políticas -disolución del imperio, debilitamiento del poder central, incursiones de sarracenos, normandos o magiares aumentaron la indefensión y empujaron a los más débiles a buscar a cualquier precio la protección de los poderosos. Los lazos de dependencia (noble o no) acaban extendiéndose al conjunto de la sociedad.
Aunque los despojemos de la retórica, ciertos textos nos ilustran bien sobre el grado de empobrecimiento al que habían llegado amplias capas de la sociedad carolingia. El concilio celebrado en Tours a finales del reinado de Carlomagno habla de la multitud de hombres libres que "por muy distintas causas han sido reducidos a un grado extremo de pobreza". Unos años más tarde, los missi dominici de Luis el Piadoso hablan del "número ingente de personas que han sido despojados de sus tierras y de su libertad".
A medida que nos acercamos al milenario del nacimiento de Cristo la violencia desatada sobre los campos por los poderosos y sus clientelas se hace cada vez más detectable. Frente a la rapiña de una minoría convertida en casta guerrera y ante la impotencia del poder político, la Iglesia trató de imponer su autoridad. Surgieron así los Concilios y Asambleas de Paz y Tregua de Dios. El Mediodía de la actual Francia fue la primera zona afectada por este movimiento ya que en ella fue donde más tempranamente desapareció la autoridad real. Así, el Concilio de Charroux del 989 y otras reuniones posteriores trataron de imponer una condena frente a aquellos milites culpables de todo tipo de violencias entre las que se encontraba el despejo de los campesinos. Cuando se habla de éstos se les define sistemáticamente como pobres: pauperes, id est agricultores.
Se consagra, así, una dialéctica entre el miles heredero del potens de años atrás, y el pauper cultivador de la tierra. Sólo habrá que esperar unos años para que Adulberón de Laón complete esta imagen que será la de la sociedad feudal clásica.